Críticas

La ley del corazón

A Liliana Trotta no le atraían para sus figuraciones, temas solemnes o prestigiosos: esas visiones regidas por la pulcra meticulosidad y el lujo, que siempre emergen de la mentada y lamentable noción de “buen gusto”. Habitada por un fuerte sentimiento barroco latinoamericano, que también mantiene significativos vasos comunicantes con el arte popular, la artista, apelando a una estética “primitiva” – donde la realidad desborda lo representado- nos pone frente a una constante invitación al juego, en el que se imbrican presencias, memorias, animales, plantas, espejos y aparecidos, regidos por la ley del corazón. Al respecto, las imágenes de Trotta, me llevan a evocar aquella afirmación de Jean Dubuffet – padre del art-brut- cuando dijo: “un cuadro no se edifica como una casa partiendo de las cotas de los arquitectos, sino de espaldas al resultado, ¡tanteando, a reculones! Palabras que podrían conjugarse con el pedido de Ernesto Deira – al comienzo de la aventura neo-figurativa- cuando reclamaba para el hacer artístico “inocencia y virginidad”. Tener a la vista la obra de Trotta permite apreciar que aquellas palabras resuenan como un bajo continuo en cada una de sus imágenes.

No obstante las transformaciones formales que a lo largo de casi tres décadas manifiestan los trabajos de la artista desplegando pinturas, dibujos, grabados, objetos e instalaciones -realizados con los más heterogéneos materiales- sus visiones se encaminan coherentemente al mismo punto: dirigir su mirada a cuanto la rodea, con la certeza de que en esa realidad cotidiana, para nada exótica, gloriosa o enfática, se encuentran los enigmas y las claves, que serán su materia prima, extraer y convocar las transfiguraciones visiones, que re-descubran sus imprevisibles aspectos. Poniendo en obra vigilia, inspiración y sueño, Trotta propone un imaginario en el que, si por momentos aparecen como una clara celebración los mitos argentinos Evita y Gardel, en otros se hace eco de esos climas ambiguos en el que la figura se revela como descentrada en esas atmósferas donde pareciera interrogarse acerca de su existencia. Tal es el caso de la candorosa Margarita, recurrente personaje – que acaso sea un doble de la artista – en sus magníficas secuencias.

Cargada de fiestas y secretas conmemoraciones, la saga de Liliana Trotta, configura un inequívoco territorio, que sumerge en un halo de atemporalidad a quien se decida a transitarlo. Mientras tanto debemos agradecer el goce y el privilegio de haber asistido con la emergencia de esta obra, al despliegue de una subjetividad excepcional, que en estos momentos de vaciamiento, nos propone un deslumbrante diálogo con nuestro legado histórico y con nuestra herencia simbólica.

Raúl Santana*
Marzo del 2015

 

Visiones de la ciudad

La fantasía que genera el mundo urbano, tiene en las imágenes de Liliana Trotta su punto de concreción. La ciudad de los encuentros es la de Buenos Aires, es el puerto cosmopolita, que multiplica individualidades fuertes y precisas. A la presencia de arquetipos como el río o la imagen de Gardel se suman recuerdos de la infancia, haciendo de cada cuadro la conjunción de todos estos elementos, a los que amalgama con un clima poético.
Liliana Trotta tiene en varios años de trabajo muchas muestras colectivas y no pocos premios recibidos, pero se puede decir que ésta es su primera muestra individual en una galería. En su exposición anterior- realizada en un espacio no tradicional como Don Corleone – el dibujo tenía una fuerte presencia y en estos trabajos que hoy podemos observar se afirma como colorista. En alrededor de una decena de obras realizados en acrílico, el tratamiento de la materia es casi diluido, en algunos casos superpone capas logrando transparencias que conforman imágenes etéreas y próximas a los cómics. Es por medio del manejo del color que alcanza climas que superan la anécdota.
La obra Adán y Eva en el Río de la Plata I, nos introduce en ese mundo fantástico, en el que a diferencia del mito bíblico la representación del mal se personifica en el tigre y no en la víbora. En el mundo paradisíaco subsisten el mal y el bien, como lo podemos ver en Sobrevivientes, trabajo en el que introduce un tratamiento del espacio diferente, y la inmensidad del cielo se impone sobre la tierra.
En Llegando a buen puerto, mi abuela también, la historia familiar se mezcla con la fantasía, las imágenes de Gardel y la de los amantes conjugan tiempos diferentes en un espacio común. El mundo cotidiano transformado poéticamente el logro de esta joven artista porteña. La realidad y la fantasía son instrumentos con que elabora sus imágenes.

Alberto Collazo (1991)

 

Americanismo e identidad
Ingenuidad Expresionista

La figuración de Liliana Trotta tiene rasgos ingenuos. Precisamente por eso es directa e inmediata. No se agota, sin embargo, en las referencias que caracterizan la pintura ingenua, ni resulta convencional aunque gran parte del arte actual, se aleje de la academia y de los prejuicios.
Las imágenes reflejan los desbordes de la fantasía de un modo muchas veces sentimental e intimista que incluye una sana dosis de picardía. Si se nos permite decirlo así, su estilo proviene de confiarle una realidad viviente al significado ilustrativo de la imagen. Que esa realidad pertenezca a la ficción no importa una reducción de su credibilidad: su inminencia está en ciernes. Trotta sabe tender un puente que va de adentro hacia afuera y sobrevuela la anécdota para instalarse en la región de la poesía que se une con la inteligencia.

Aldo Galli
“La Nación” 2003

 

Hace un par de décadas, muchos artistas y teóricos del arte se preguntaban si sería posible la figuración después de la abstracción. Otros iban aún más allá: se cuestionaban si era posible la pintura.
La experiencia de los últimos años ha demostrado que no solo son posibles ambas cosas, sino que además pueden transformarse en formidables herramientas de combate contra toda pretensión de una estética totalitaria, basada en la perfección formal, el valor absoluto del gesto o el concepto.
Liliana Trotta ha elegido estas armas para moverse en un mundo atribulado por la demolición de los grandes modelos, y trabaja para construir el suyo propio con la seducción del color, la materia pictórica y las discrepancias formales. Estos elementos le sirven para dar rienda suelta a su fantasía, vagabundear por el interior de su historia personal y descubrir símbolos que se articulan y se oponen entre sí.
En esta tarea empieza por invadir sus telas con esos rojos hechos de magenta y cadmio que se exponen a sí mismos en su meticulosa elaboración de transparencias y superposición de capas. Son unos rojos que parecen salir de los frescos de la casa Veti de Pompeya o más precisamente de la escena operística italiana con todos sus desbordes vitales. Son rojos con historia. Como la de Liliana Trotta que descubre su intimidad personal en una figuración arbitraria que ubica a Gardel junto a Colón y a una orquesta típica junto a los Guns`n Roses. El territorio elegido puede ser la plaza, el ámbito tradicional de lo popular y / o el banquete, donde tiene lugar el ritual de la comunicación, a veces presididos por los vínculos familiares.
Allí se perfilan las normas de la tradición que la joven novia transgrede con su sensualidad y su erotismo desbordante, servido como plato fuerte de la mesa familiar. Por la misma zona se deslizan sus fantasías de evasión a horizontes exóticos asomadas en la figura del marinero y el tigre, en un clima de armonía y tensiones, como su tratamiento del color.
Todos estos símbolos personales terminan por consumar otra gran transgresión: la de las normas de la pintura culta, corroídas por la paleta del cromatismo vivo, de arraigo popular, que desconoce la belleza de las proporciones y fuerza los límites del buen gusto.
Nada de esto es caprichoso, es el camino que Liliana Trotta ha elegido para erosionar las normas impuestas: estén éstas ancladas en la pintura o en su mundo individual.

Ana M. Battistozzi
Curadora y crítica de Arte (1993)

 

El ícono y su oficiante

Es conocida la variación de significados que sufren, las muñecas cuando se las extraña del mundo de los niños y se las contextualiza en el de los adultos. Aquellos se modifican inmediatamente.
De detonadoras de instintos maternales, de protección y ciudado en el ámbito infantil, pasan a convertirse, para los mayores, en objetos inquietantes. La filmografía de misterio ha aprovechado largamente esa cualidad.
Estas pequeñas imágenes idealizadas, a nuestra semejanza, nos producen sentimientos profundos y equívocos. Quizá la nostalgia por aquello que pasó, por los momentos felices que perdimos, o de resentimiento ante el recuerdo de tempranas desilusiones, injusticias y soledades. O quizá detone en nosotros ese cariño en parte frustrado que seguramente experimentamos ante ese facsímil de nuestra propia identidad, pero que no era capaz de llorar con nosotros ni de devolvernos nuestro afecto.
Las muñecas Evita de Liliana Trotta me inspiran parecidos sentimientos. Y estos son aún más complejos, porque Evita nos recuerda a Evita, y Evita es un mito.
Y vuelvo a sentir nostalgia por la época de oro que gran parte del pueblo argentino vivió a su lado y por la felicidad perdida que ella desparramó a manos llenas.
Y vuelvo a sentir resentimiento contra ese destino injusto que nos la arrebató en su juventud, y en mi caso, en el momento que más la necesitaba, el momento de salir al mundo, el momento del compromiso.
Y vuelvo a vivir la soledad, la indefensión que muchos sentimos cuando ella se fue, cuando se la insultó, se la agredió y se la quiso someter a una segunda muerte, la de la supresión de su memoria.
No obstante, ahora, podemos pensar libremente que Evita fue una heroína.
Y consolarnos módicamente con el pensamiento de que, como a todos los bellos, los valientes, los justos, los héroes, la vida suele retirarlos de la escena temprano, seguramente para equilibrar sus dones con los de una humanidad en general mediocre.
Ahora -para Tirios y Troyanos- Evita es indiscutiblemente un mito y como tal, como sucede en todas las sociedades, la imagen del mito tiene algo de sagrado.
Liliana es acá la oficiante, la cuidadora del ícono.
Ella se viste una y otra vez con las mejores ropas que salen de sus manos. Esas manos que Liliana considera su principal medio de dar cariño, de expresar su creatividad.
La mítica Evita nos devuelve así, desde su caja de muñeca, ese sentimiento de profundo reconocimiento mezclado con la frustración por su temprana partida y por la supervivencia a la injusticia contra la que ella luchó hasta el último segundo de su vida.
Cocktail explosivo que ella concitó durante su corta existencia, y que nosotros sentimos al conmemorarla.
Nos queda solo agradecer a Liliana, el permitimos, por medio de su arte, revivir las emociones que siempre nos despertará la imagen de esta mujer
paradigmática.

Arq. María Isabel de Larrañaga
Directora del Museo Eduardo Sívori. Agosto de 2005

 

Liliana Trotta presenta “Evita, el mito continúa, en donde toma la figura de Eva Perón y la ubica dentro de pequeñas cajas o altares de madera. El conjunto muestra muñecas o santas vestidas con lujo, bien peinadas y luciendo joyas, como gustaban verla a Eva sus “descamisados”.
Para Evita, Trotta diseña una colección de ropas con material sacado de los recortes que tiran a la basura los confeccionistas del barrio de Once. De la basura al lujo gracias al arte de Trotta, que como una antropóloga social revisa entre lo que se tira para darle al mito la vestimenta adecuada.
En los cuadros desarrolla el tema que viene trabajando desde hace tiempo: los mitos populares. y es por eso que ubica junto a Eva Perón a Carlos Gardel, quien desde las obras reparte estampitas de otro ícono popular como es San Cayetano.
De manera respetuosa, Trotta nos ofrece una visión lúdica de personas que se convirtieron en mitos y de una serie de mitos que, sumados, han ayudado a construir nuestra identidad.

Nanu Zalazar
Crítica de Arte. Octubre de 2006

 

Objetivamente
Muestra de Objetos Liliana Trotta

Construye sus objetos con gasas, telas pintadas, y todo el acervo de la manualidad escolar. Una manualidad que ironiza los mitos nacionales (Gardel, Eva Perón) en torno a los cuales se fue conformando la imaginería popular, cuestionando los emblemas que diseñaron nuestra cultura, como “ Alta en el cielo”,” la gran novia argentina” (Laura Batkis, miembro de la Asociación Argentina de Críticos de Arte).
Galería Ática 7 de julio de 2003.
Los cuatro artistas de esta exposición tienen en común. No solamente su producción objetual, sino, fundamentalmente, la libertad como único criterio para producir trabajos. No están supeditados a mandatos de modas internacionales y tampoco están pendientes de pertenecer al mundo del arte que sale en los diarios y ferias de arte. Trabajan un poco al margen de la historia oficial del arte argentino. Esto les permite juntarse para hablar de arte sueños y esperanzas. Organizar una muestra implica para ellos un espacio de reflexión crítica para intercambiar opiniones, debatir, discutir y divertirse. Esta sensación feliz sin especulaciones de mercado, me produjo, debo confesarlo una gran alegría. Por eso, creo que esta muestra más que una exposición es un encuentro. Una manera de revelar que hay otros modos de producción simbólica donde la celebración y la amistad son también estrategias posibles para seguir viviendo.

Laura Batkis (2003)

 

Fiesta como celebración

Por el camino de la vida, desde la niñez a la adultez, el recorrido que hace el hombre (y la mujer), casi como en la Rayuela, de la Tierra al Cielo o al Infierno, donde cada estación es un enigma, una intriga, una incógnita. La obra de Liliana Trotta representa el transcurrir de la existencia identificada con los arquetipos que configuran su iconografía. La pérdida y la recuperación de la identidad, vinculada a los animales locales en peligro de extinción, representados en el yaguar, el yaguareté, el yacaré y la garza, ligados a los pueblos originarios. El juego, como representación de la vida, común a todas las culturas, evocador de la infancia, de los tiempos primitivos: la Rayuela, la Ruleta, el Trompo, el Caballito de juguete, los Muñecos. Los Símbolos que son signo de identidad: los animales locales, el yacaré, el yaguar. Personajes íconos de la historia, de las artes, de la música, del espectáculo: Evita, Gardel, Lola Mora, La Pacha Mama. La celebración: el casamiento, la unión de dos personas, las reuniones familiares, las fiestas populares, el carnaval, las festividades como el lazo entre la vida y el arte. Liliana Trotta trabaja en la pintura con materiales como el acrílico y el óleo utilizando una pincelada libre y plana, con poca materia, que se desliza a lo largo de toda la tela. Cercana a la pintura primitiva, el trazo y el color son protagonistas, las figuras por lo general planas, se disponen sobre soportes circulares como mesas, plataformas, ruedas, que las enaltecen, jerarquizándolas sobre otros elementos que las acompañan como los animales o los objetos. Los fondos de color púrpura abrigan a personajes que celebran de la vida, felices y expectantes. La carencia de perspectiva lineal los ubica en un espacio entre lo real y lo imaginario conformando así un mundo simbólico, fuera de un tiempo medible. La artista emplea además de la pintura otros elementos que incorpora a las obras como objetos, que se resignifican y aportan otros conceptos a la obra. Es el caso de las cartas reescritas y quemadas de la caja de Lola Mora; o los naipes pintados sobre cintas que se mueven en las pinturas de las bodas o los pequeños juguetes agregados a las telas. La utilización del collage con la incorporación de tartalán (tela de fibras abiertas que se usa para extender la tinta en las planchas de grabado) para la confección del vestido y tocado de la niña con atuendo de margarita, que evoca a la infancia misma de la artista en un carnaval disfrazada de flor. En las cajas utiliza dos metodologías. Una, la fabricación de muñecos vestidos que instala en las cavidades de las cajas, confeccionándolos manualmente y que acompañan pequeños objetos alusivos, construidos especialmente por la artista, como estampitas religiosas o naipes, o a la manera de objet trouvé, objetos encontrados que se resignifican sin modificar su fisonomía. Estas cajas tienen el formato de íconos o nichos religiosos que guardan esculturas de figuras vestidas de santos, aquí no son figuras religiosas sino mitos o figuras populares, evocando el arte popular y artesanal. En el segundo caso de cajas, sobre soportes planos, crea imágenes pintadas a las que les incorpora lentejuelas e incrustaciones de piedras de plástico de diferentes formatos, generando un brillo y destaque a la manera de íconos religiosos pero con una iconografía propia pagana local. En estos collages también utiliza tarlatán siguiendo con la misma imagen de la niña disfrazada de margarita. Estas referencias al arte popular donde el trabajo meticuloso, con distintos elementos, y diferentes en formatos de objetos, se entrelazan con las creencias, y con los mitos de una iconografía propia pero a la vez común a una mentalidad latinoamericana, donde la identidad se conforma a través del presente, el pasado y el futuro. La celebración es la manera que ha encontrado Liliana Trotta para desplegar todos los sentidos de la fiesta que en su caso es “el arte, la celebración de la vida humana”.

Soledad Obeid
marzo – abril de 2009

 

Señales, signos y símbolos
Liliana Trotta y su tramado de sentidos

El universo de formas expresado por Liliana Trotta conmueve. Composiciones de sonoridad diáfana, colores vibrátiles y espacios silentes generan entornos que permiten pensar los mitos y las prácticas culturales. Estos ámbitos, constatables en pinturas, monoestampas, objetos, dibujos e instalaciones, entrecruzan íconos engarzados en la memoria popular. La resultante induce empatías con la obra, transportando la sensibilidad a planos mayores de comprensión estética. El ethos rioplatense se muestra amplificado, desenvuelto, libre de velos y prohibiciones. La cultura latinoamericana manifiesta su multiplicidad viva y selvática.

Sin forjar situaciones y alejando ambigüedades, el conjunto de los trabajos presentes es sólido y libre de fisuras: autónomo. Collages, objets trouvés y técnicas que emplean chapas y óleos, indican la investigación de materiales diversos, conectando las experiencias artística y lúdica.

Con ductilidad y trabajo, la intuición va acomodándose, estructurando planos abiertos antes que cerrados, escenarios dados a la libertad y el vuelo.

Espaldas, felinos, espejos, ofidios y saurios instituyen mundos donde las señales, los signos y los símbolos entretejen variedad de caminos que se unifican en planteos bien compuestos.

Los discursos son claros y no hay dudas. Las metáforas expresan su decir. Los sentidos señalan exploraciones constantes, evidenciando conciencia y claridad de los rumbos. La ironía, ácida y contundente, aguza la mirada, disolviendo convenciones y pactos.

Liliana Trotta desenvuelve su imagen una vez más. Comprobamos la vida, nos hacemos sentido y la estética retoma el camino ético.
Armonía del símbolo.
Elevación.

Miguel Ángel Rodríguez

 

Margarita:
De Manhattan a Almagro

La imagen aparentemente primitiva y directa de Liliana Trotta encarna en Margarita, una niña que mezcla su curiosidad por las criaturas que la rodean en su barrio, con su ideal entronizado en Betty Boop. En esta mixturada heroína se entremezclan sus visiones de la costanera porteña (ella nació y creció en Olivos), con fantasías de convertirse en estrella. Su extrema ingenuidad esta reflejada en sus amigos, que reaparecen una y otra vez en formato de tiras cómicas, y aquello que podría ser aquí una mini tragedia, Liliana lo transforma en una suerte de sainete criollo de la pubertad. Compuesto por objetos, dibujos, cajas, grabados (tanto monoestampas como punta seca), su quehacer se despliega en los variados formatos y técnicas que el libro exige, y que ella despliega con singular habilidad en la muestra añeja.
Un territorio de colores plenos, la apropiación de materiales encontrados, encuadres y fondos exóticos que asoman tras sus figurillas, van develando su intención\invención: al cuestionar implícitamente los pseudo emblemas que conformaron nuestra educación visual. Trotta se reinventa desde un lugar –no cómodo precisamente- de trato genuino con el imaginario popular, y su reinserción en las calendas visuales que conforman el estrecho ideario de algunos sitios de convalidación, donde lo incierto suele tornarse certidumbre.
Esta transculturación no es más que un modelo que las clases dominantes quisieron imponer a los estratos de menor nivel adquisitivo, y los estamentos académicos convalidaron y transmitieron como la imagen deseable, llámese, el esprit de finesse, mientras que lo popular y su imagen eran relegadas al plano de lo tosco y burdo. Ni una cosa ni la otra, en honor a la verdad: el artista puede prescindir de ese falso dilema, e ir directo al grano, tal como su comprometido oficio lo exige. Es lo que Liliana logra como una sedimentada oficiante que oculta esta historia oficial, mientras sus personajes deambulan contándonos su verdad. He allí el arte: tránsito de lo establecido a lo nuevo, transgresión de la sustancia aprobada, suscitador de nuevas visiones y emociones que la artista no busca provocar, pero logra.
Con inusual frescura, tratamiento directo, afecto transpolado del celuloide a la vida real, y tránsito inverso, la artista, desde Almagro, su nuevo hogar desde hace años, traspone este arco imaginario a través del juego y la resignificación de la imagen, perspectiva plana mediante, con sesgada ironía, que agrega a sus indudables valores intrínsecos la mirada crítica y condescendiente ternura.

Osvaldo Mastromauro (2011)

 

La mujer que sabía ser una niña

Es una mujer. Una mujer que se hace cada vez más diminuta a su propia mirada extraviada en la amplitud de la playa. Una mujer que contra la leve llovizna que transcurre sobre su propio cuerpo levanta como en un ritual mecánico recién aprendido un puñadito de arena todavía seca para después dejar que sin resistencia resbale de su mano.

A la niñita de cabello oscuro en la que ahora se ha convertido no le divierte el intuir que tal vez esos granos de arena a los que siente deslizar con vértigo desprovisto de sonido y distancia podrían ser cada una de sus propias horas.

Escucha que lejos, desde donde la playa se desvanece, como en una letanía están repitiendo su nombre. No contesta, porque tendida ahora boca arriba redescubre en las nubes de ese cielo que comienza a abrirse las propias imágenes que su mano dibujó: ve a ese pobre tigre callejero con su cola alzada que siempre le causó gracia (y un poquito de miedo); ve la cintura tatuada de una mujer cuyo rostro se adivina en el espejo que sostiene en la mano; ve ese gesto eterno de gato de Cheshire del mayor cantor popular; contempla aquel reducido cuerpo sin paz, embalsamado y robado al que ella buscó vestir de mil maneras para que nunca más tuviese frío. Se reconoce a sí misma en la elección de los colores desprejuiciados con que cubrió esos dibujos para después… después qué? “Pido gancho el que me toca es …” es un qué?

Confusa y avergonzada piensa que no es de buena educación tratar de interrumpir con sus preguntas el autoritario monólogo del mar. Comprende que en ese nuevo mundo sin respuestas debe apurarse pero no entiende por qué. Que debe llegar antes de que sea demasiado tarde y tampoco consigue recordar a dónde. Tal vez la solución se encuentre en el pequeño buque a vapor que viera a Carlos dibujar tantas veces y siempre dispuesto para partir a la aventura. Será la última en cruzar la planchada, despojado el cuerpo y sin equipaje. No necesitará boleto ni documentos.

Siente por fin en la vibración de sus músculos que el barquito ya soltó amarras comenzando a moverse y de su boca se fuga un suspiro de alivio ante el descubrimiento de la única certeza dentro de lo posible.

En el muelle atontados e inútiles, los ojos persiguiendo la negra evanescencia del humo en el horizonte quedarán los otros (ahora sin sus otros) apretando cuerpos inasibles.

Armando Sapia.
Junio de 2013

 

“Los mitos y el juego”
Obras de Liliana Trotta

A través de imágenes que dejan las marcas de la historia, símbolos que señalan el pensamiento, signos del paso del tiempo hacen de la obra de Liliana Trotta una muestra de color y forma de los mitos argentinos.

Las historias que con el tiempo y la imaginación se transforman en mitos, dándoles más valor y amplificando su realidad. La tradición oral que por medio de las narraciones enaltecen las acciones de los personajes que en forma simbólica muestran los aspectos de la condición humana.

Uno de estos aspectos es el juego, que en Liliana Trotta aparece representado en todos los elementos plásticos de su obra. “El juego aparece entonces como el automovimiento que no tiende a un final o una meta, sino al movimiento en cuanto movimiento… la auto representación del ser viviente.” Margarita es su álter ego, la niña que transita por la vida, jugando y buscando el significado de las cosas junto a sus compañeros imaginarios y reales.

Liliana Trotta trabaja las iconografías muy conocidas para todos como Evita y Gardel, incorporando elementos que los coloca en un lugar cotidiano, sacándolos del acontecimiento del bronce y de figuras mayúsculas. Sus formas se vuelven más humanas y cercanas, más allá de estar representados con todos sus atributos, pero la manera de tratarlos des estructuradamente, hasta con cariño, más cercanas a nosotros sin la pátina vetusta del tiempo pasado. El juego es el componente para que esto suceda, la incorporación de su propia comunidad, “pronunciándose ya no solo con su propio lenguaje sino como el que se constituye en su propia comunidad en lo mas íntimo de sí mismo”.
Las formas y los colores transforman los mitos en placeres y celebración, la fiesta es comunidad… “Es la representación de la comunidad misma en su forma más completa. La fiesta es siempre fiesta para todos” y Liliana Trotta nos hace partícipes de ella, la celebración marca los momentos trascendentes de su vida y de la comunidad.
La obra de Liliana Trotta nos presenta la simultaneidad de presente y pasado, una superación del tiempo, que a través de sus Evitas, Gardeles y Margaritas, en objetos, pinturas y grabados representa la imaginería popular.

Soledad Obeid
Septiembre de 2014

 

Liliana Trotta. La imagen como credo

Se tejió a sí misma una crisálida de belleza, fue empollándose reina, quién lo hubiera creído. Santa Evita, Tomás Eloy Martínez

Virginia Woolf reclamaba, desde una perspectiva feminista, un cuarto propio. Un espacio, que además implicaba un tiempo para la práctica artística. Significativamente y atendiendo a la distancia recorrida por las artistas, Liliana Trotta también reclamaba: “guardar en grandes cuartos mi obra”. Esta petición tiene que ver esencialmente con el deseo, con el acto iniciático de la creación. La producción de Trotta se constituye en un universo absolutamente único, análogo en sus planteos y donde se pueden observar más que líneas temáticas, sus obsesiones propias. De allí que la misma pueda leerse como un manifiesto de su vida, gustos y predilecciones y también de sus compromisos personales.

El conjunto de sus realizaciones es amplio y apela a diversas técnicas como pintura, dibujo grabado, collages, objetos e instalaciones. Pese a esta riqueza de tratamientos de la imagen se encuentra, sin embargo, un núcleo coherente en su procedimiento. Más allá de las cuestiones recurrentes hay un “estilo Liliana Trotta” y que tiene que ver con su modo de acercarse al mundo, de explorar la vida y de expresar sentimientos, que se vuelcan en sus adorables composiciones. De allí que existe en ellas una unidad absoluta entre forma y contenido, constituyéndose ambos en una entidad absolutamente inseparable. Esa relación íntima y hasta pudorosa de expresar su mundo personal se exhibe también a través de un lenguaje propio. En algunas ocasiones sus trabajos se presentan sueltos, ligados a la condición de mancha, sin límites lineales que cierren a las figuras, con una paleta desaturda y en valores altos y en otras sus personajes van adquiriendo una corporeidad plástica por medio de la línea de contorno y del empleo de colores planos, saturados y llegando a combinaciones absolutamente originales.

Mención aparte merecen los protagonistas de sus creaciones. Todos ellos se presentan con una idiosincrasia definida y que pertenecen al núcleo íntimo del afecto de su autora. Transitan entonces a lo largo y ancho de sus telas aquellos argumentos centrales de su universo particular: los animales en peligro de extinción, la pareja, el amor. Pero también emergen otras cuestiones más complejas como su alter ego en la niña Margarita o las personalidades, que desde una elección particular, Trotta emplea para reflexionar sobre nuestra historia mítica. Desde este espacio son convocadas las figuras de Carlos Gardel y de Eva Duarte y que dieron origen a diferentes series dentro de sus realizaciones.

Podría trazarse entonces, un camino entre las dos protagonistas femeninas de las obras de Trotta y que se inicia con Margarita y finaliza con Evita, y que recorre sus diversas etapas existenciales y creativas. La primera de esas series tiene que ver con lo desprejuiciado de la infancia y con la posibilidad de recuperar desde la propia historia la capacidad lúdica del arte. Y también está Evita, esa creencia subyacente a lo largo de su vida y que transformó en “el mito que continúa”. Ese cuerpo, que fue y es, una cuestión central en el pensamiento y sentimiento nacional y que por medio de una apropiación simbólica se transformó en Santa Evita. Éste es el que escoge Trotta como asunto privilegiado en el conjunto de obras que le dedica, resaltando en ellas la asociación religiosa que establece desde una perspectiva del culto popular al apropiarse de la idea de altar doméstico. La representación de Eva funciona entonces como una imagen devocional, en algo privado y aún más, como una suerte de ex voto, última forma de agradecimiento y de recuerdo incluso más allá de su carácter nacional.

Adentrarse en el mundo de Liliana Trotta es introducirse en otra dimensión: la que existe más allá de todo canon, de toda forma preestablecida y que invita a sacar a ese mundo interior que flota eternamente en cada espectador de sus originales obras, ese terreno de fantasía donde se permite, aún, creer.

Mgter. Silvia Marrube

a/c. Área Investigación y Archivo de Arte Argentino

Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori